Enmiendas
- Pasó mucho tiempo desde la última vez que estuve acá – pensó Delia. – Debería haber venido el año pasado. O el anterior.
La mujer, flaca y desgarbada, casi traslucida bajo la luz del sol que se ponía fiel a su costumbre por el oeste, se detuvo y examinó la gris estación de trenes situada justo enfrente suyo. Derruida por el paso de los años sin mantenimiento, el perfil del edificio lloraba glorias pasadas y añoraba tiempos de vida.
Tal vez no era el momento ideal para pensar en tiempo perdido, en oportunidades dejadas de lado, pero era imposible no sentir que, si tan solo hubiera llegado a tiempo la primera vez, tal vez podría haber... Pero no era ese el momento para lamentarse, era el momento para hacer enmiendas.
Delia entró a la vieja estación de trenes por uno de los ventanales, rotos en aras de algún juego, infantil o no tanto, en algún momento en los años de abandono desde el accidente, desde… Una espesa capa de polvo, tan solo herida aquí y allá por algún pie investigador, cubría el piso; pero no pareció inmutarse cuando la mujer caminó lentamente hasta el lugar donde la luz de la luna próxima a iluminar la noche prometía ser más fuerte. Tal vez el tiempo había convencido al polvo de que su reinado no podía ser amenazado por nadie.
Y en el centro del pasado, la mujer permaneció inmóvil durante una hora, dos y luego tres, hasta que…
El chico no podía tener mucho más de quince años. De contextura pequeña, delgado y de corta estatura, su rostro parecía rechazar la luz por la manera en que las sombras se empeñaban en solo dejar que el brillo de los ojos oscuros, casi negro, fuese distinguible. Grácil, etereo, casi sin tocar el suelo caminó hasta el borde de la luminosidad en que se encontraba la mujer, deteniendose en el último punto en que la oscuridad todavía ganaba la eterna batalla contra la luz.
- Hijo – fue todo lo que Delia pudo decir antes de que las lágrimas brotaran incontrolables.
- ¿Por qué, Mamá? ¿Por qué me hiciste esto? No sabés cómo se siente estar solo en la oscuridad, solo yo y nadie para tomarme la mano, para ayudarme a dormir, para explicarme...-
- Traté, pero no pude. Te amaba y no quise soltarte, abandonarte, dejarte ir… pero no era lo suficientemente fuerte. Yo…- una vez más, Delia no pudo continuar.
- Sabés, la noche del accidente… No estaba escrito, no hay un orden superior, no existe… Podrías haberlo evitado simplemente llegando unos minutos antes, temprano… - dijo el chico – pero tenías que… - frustrado, dolido, pateó el piso con el pie.
- Lo sé, pero… sucedió y no hay nada que pueda hacer al respecto ahora. Si tan solo pudiera volver atrás en el tiempo y mirarte por última vez a los ojos, realmente mirarte a los ojos, no ver solo sombras. Pero no puedo y, para ser honesta, aun si pudiera, no sé si tendría el valor, porque sé que lamentablemente ya es demasiado tarde.
- Mama…
- Por favor, dejame terminar. – Delia continuo, sacando valor de ninguna parte para seguir adelante – Lo único que puedo decir es que te amo y espero que eso te pueda dar algo de paz – la mujer bajó la voz – Y tal vez algo de paz para mi también.
Y con esas palabras finales, aun mirando a su hijo entre lagrimas que solo hacían las sombras más penetrantes, la mujer caminó hacia la vías del tren. Su hijo, sollozando también, la vio marchar, sabiendo que una vez más estaba solo, desde el momento en que su madre se dio vuelta, le sopló un beso y lentamente se desvaneció en el aire, en el mismo lugar exacto en que el tren había terminado con su vida cinco años antes.
La mujer, flaca y desgarbada, casi traslucida bajo la luz del sol que se ponía fiel a su costumbre por el oeste, se detuvo y examinó la gris estación de trenes situada justo enfrente suyo. Derruida por el paso de los años sin mantenimiento, el perfil del edificio lloraba glorias pasadas y añoraba tiempos de vida.
Tal vez no era el momento ideal para pensar en tiempo perdido, en oportunidades dejadas de lado, pero era imposible no sentir que, si tan solo hubiera llegado a tiempo la primera vez, tal vez podría haber... Pero no era ese el momento para lamentarse, era el momento para hacer enmiendas.
Delia entró a la vieja estación de trenes por uno de los ventanales, rotos en aras de algún juego, infantil o no tanto, en algún momento en los años de abandono desde el accidente, desde… Una espesa capa de polvo, tan solo herida aquí y allá por algún pie investigador, cubría el piso; pero no pareció inmutarse cuando la mujer caminó lentamente hasta el lugar donde la luz de la luna próxima a iluminar la noche prometía ser más fuerte. Tal vez el tiempo había convencido al polvo de que su reinado no podía ser amenazado por nadie.
Y en el centro del pasado, la mujer permaneció inmóvil durante una hora, dos y luego tres, hasta que…
El chico no podía tener mucho más de quince años. De contextura pequeña, delgado y de corta estatura, su rostro parecía rechazar la luz por la manera en que las sombras se empeñaban en solo dejar que el brillo de los ojos oscuros, casi negro, fuese distinguible. Grácil, etereo, casi sin tocar el suelo caminó hasta el borde de la luminosidad en que se encontraba la mujer, deteniendose en el último punto en que la oscuridad todavía ganaba la eterna batalla contra la luz.
- Hijo – fue todo lo que Delia pudo decir antes de que las lágrimas brotaran incontrolables.
- ¿Por qué, Mamá? ¿Por qué me hiciste esto? No sabés cómo se siente estar solo en la oscuridad, solo yo y nadie para tomarme la mano, para ayudarme a dormir, para explicarme...-
- Traté, pero no pude. Te amaba y no quise soltarte, abandonarte, dejarte ir… pero no era lo suficientemente fuerte. Yo…- una vez más, Delia no pudo continuar.
- Sabés, la noche del accidente… No estaba escrito, no hay un orden superior, no existe… Podrías haberlo evitado simplemente llegando unos minutos antes, temprano… - dijo el chico – pero tenías que… - frustrado, dolido, pateó el piso con el pie.
- Lo sé, pero… sucedió y no hay nada que pueda hacer al respecto ahora. Si tan solo pudiera volver atrás en el tiempo y mirarte por última vez a los ojos, realmente mirarte a los ojos, no ver solo sombras. Pero no puedo y, para ser honesta, aun si pudiera, no sé si tendría el valor, porque sé que lamentablemente ya es demasiado tarde.
- Mama…
- Por favor, dejame terminar. – Delia continuo, sacando valor de ninguna parte para seguir adelante – Lo único que puedo decir es que te amo y espero que eso te pueda dar algo de paz – la mujer bajó la voz – Y tal vez algo de paz para mi también.
Y con esas palabras finales, aun mirando a su hijo entre lagrimas que solo hacían las sombras más penetrantes, la mujer caminó hacia la vías del tren. Su hijo, sollozando también, la vio marchar, sabiendo que una vez más estaba solo, desde el momento en que su madre se dio vuelta, le sopló un beso y lentamente se desvaneció en el aire, en el mismo lugar exacto en que el tren había terminado con su vida cinco años antes.